miércoles, marzo 30, 2011

EL chilango más chilango

Unos pensamientos aleatorios acerca del vivie en la gran capital, del supuesto 278 Enjoy!


Hace no más de tres años y medio que llegué a la Ciudad de México, mis padres me pusieron en una oscura madriguera en la calle de Colima y, sin más que algo de despensa, algunos efectos personales y su bendición me entregaron a las garras de la orbe.


Pude escoger Querétaro, Puebla, Guadalajara e incluso Monterrey (en ese entonces las balaceras no eran el pan regio de cada día) para estudiar mi licenciatura, pero había algo en la Ciudad de la Esperanza que me daba justo eso: esperanza.


Cuando vives tu infancia en provincia la televisión nacional se encarga de recordarte que lo bueno, lo interesante, está en la capital: con frecuencia se anunciaban ciclos de cine en la Cineteca, exposiciones en el Papalote o viernes de autosardina en Six Flags a los que no podrías ir por vivir lejos.


Al crecer caes en la cuenta si le vas al América o al Azul sólo los podrás ver cuando jueguen con el muy mediocre club de tu pueblo, que Muse, Placebo, Phoenix, o Radiohead jamás harán un show en el auditorio municipal y que si los quieres ver vas a tener que estar en la Ciudad de México. Vaya, ves tantos comerciales que hasta a la gran venta de Perisur te dan ganas de ir.


Aquéllos que no hayan tenido que vivir en el exilio de su terruño no comprenderán lo emocionado que estaba al llegar aquí, todo, absolutamente todo era nuevo y fascinante, aquéllo que los nativos de alguna de las 16 delegaciones consideran vago y chato para mí era increíble y emocionante: El Metro con sus vagones naranjas repletos de gente como sardinas no me parecía una tortura insufrible e inhumana, más bien era para mí la oportunidad de conocer la ciudad y hacerme de una biblioteca de canciones nuevas por la módica suma de diez pesos.


El Periférico y sus majestuosos seis carriles representaron para mi manejar cual si estuviera corriendo en el gran premio de Malasia ¡tan largo y sin semáforos!, incluso con el insoportable transito de las horas pico ver tantos automóviles juntos me presentaba una ventana para imaginar en que estarían pensando ensimismados en sus asientos aquellos conductores.


La Condesa y su desfile de encantadoras hipsters en entallados leggins era un auténtico respiro a los cuatro o cinco bares de Pachuca cuyo ciclo consistía en estar de moda, decaer y finalmente cambiar de nombre para volver a estar de moda una y otra vez.


Nunca falta el amigo o familiar que te recuerde la percepción de la Ciudad en otros estados: que vives en una ciudad peligrosísima, donde los asaltos, robos y secuestros son algo habitual, que si sales de noche estás con un pie en la tumba, que si estacionas el coche mal los siniestros agentes de tránsito te exprimirán hasta el último centavo y que en tu natal (inserte su pueblo aquí) es todo mucho más tranquilo.


Sin embargo con todo y que me asaltaron a punta de pistola en la lateral del Periférico, no me arrepiento de haber venido al Defectuoso.


No digo que aquella pequeña ciudad donde crecí, estudié y conocí a algunos de mis mejores amigos esté mal, sin duda Pachuca fue uno de los mejores lugares para ser niño y el vivir ahí marcó mi carácter y personalidad para siempre. Pero eso no quita que cuando regreso de algún merecido puente o de algunas anheladas vacaciones decida tomar la ruta más larga a mi casa con tal de pasar frente al Ángel de la Independencia y sentir que el mundo gira bajo mis pies.


Finalmente, y contrario a muchos que nacieron aquí, puedo decir con mucho orgullo que yo soy el chilango más chilango.