lunes, abril 18, 2011

She's a playlist

She comes in colors everywhere ...

Parece que mis oídos y las glándulas encargadas de producir oxitocina en mi cabeza trabajan en sutil y misteriosa coordinación. No me resulta raro estar escuchando música todo el día, pero desde el fin de semana pasado tengo esa extraña ansiedad por no estar en silencio. Esas ganas de bajar y bajar discos, de shazaamear todas las canciones del radio y buscar en los vídeos de éxitos de youtube esas joyas de Universal Stereo que le faltan a mi colección.

Los demás conductores me miran algo sorprendidos desde sus automóviles en el lento rodar del circuito interior cuando se me resbala la pena y la inhibición al exijirle a mi garganta llegar a los femeninos trinos de Whitney Houston o a rugir bajo como Barry White.

Eso y mi aparente regresión a los tres lustros de edad tienen a mis falanges dolidas de tanto estarle pegando a la mesa, volante, y libros para hacer ritmo. Ultimamente no me controlo, hago torpes remates con las manos mientras agito mi cabeza al compás de la música con el inminente riesgo de torcerme el cuello.

Lo sé, estas cosas nunca pasan por que sí; Hay personas que inspiran música y parece que la traen integrada. Pasa casi como en las películas viejas donde Pedro "el inmortal" Infante canta y de la nada se escucha todo el mariachi cuando el solo trae una guitarra.

Aquí: el playlist. No tiene mucha lógica, casi cualquier canción se me pega cual huevo estrellado en sartén viejo, de hecho escribir esto me ha tomado dos horas, no puedo dejar quieto el aleatorio de iTunes.























Hay muchas más canciones, pero ya no me acuerdo y ya me dio sueño, hasta mañana.

E. Ríos




martes, abril 12, 2011

El día que un sandwich me venció

y me venció bien . . .

Un artículo para un especial de NY, creo que es exagerado. pero me gusto mucho:


En la vida hay muchos sándwiches dignos de ser recordados: aquel baguette enorme de las ferias que se vende por metro como atracción, ese inolvidable sándwich de triangulito fiestero que nos comimos con agrado junto a los pequeños volovanes en una fiesta infantil y aquel sándwich que nos robó el recreo tratando de quitar la servilleta pegada por la humedad y la mayonesa.


Todos esos emparedados tendrán siempre un lugar en nuestro corazón y en nuestros estómagos, pero en todos mis años de comer sándwiches nunca me hubiera podido imaginar lo que me esperaba en la séptima avenida sobre la esquina de la 54 y la 55.


Aquel monstruo de carnes frías que se erigía orgulloso y dominante a lo largo de dos platos era nada más y nada menos que el orgullo de la casa; El Carnegie deli es uno de esos clásicos de la gastronomía neoyorquina que se caracterizan por rescatar lo típico en una ciudad atípica, lo local en la capital de lo internacional.


El Carnegie Deli es un restaurante de sándwiches con una selección modesta pero bien ensayada, uno de esos pequeños lugares con todo el romanticismo de la isla de Manhattan, clásico como una alcantarilla humeante o una canción de Sinatra. Si bien existen algunas sucursales alrededor de los Estados Unidos, nada como ir al original.


Con su animado comedor y sus ambientes que recogen lo mejor de los años cincuenta el Deli es una visita obligada para aquellos que buscan descubrir esos rinconcitos que son típicos de los verdaderos neoyorquinos. Sentarse en sus butacas de madera es adoptar la nacionalidad neoyorquina por un momento.


La calidad de la comida solo rivaliza con el tamaño de las porciones y la calidad de los ingredientes que son caseros y hechos en el restaurante que incluso los vende a granel, la mole de pepinillos y pan tostado se resistió a las primeras mordidas y después de una incesante carrera por comerlo todo decidí que debía dejar de morder y reconocer mi derrota ante un digno enemigo de delicioso sabor. Después recapacite y me lo lleve al hotel donde nos vimos las caras durante la cena y el desayuno siguiente, no me cuesta ningún trabajo reconocer que en ningún momento me arrepentí de tan ardua prueba.


Se que puede parecer clasista mi recomendación, pero si algún día tienen la oportunidad de visitar la isla de Manhattan no se pierdan el lugar con un sándwich que seguramente se ganará un lugarcito en sus corazones (como lo marca su logotipo) y un enorme lugar en sus vientres.