domingo, agosto 14, 2011
Boozebag
miércoles, junio 01, 2011
Typecast
lunes, abril 18, 2011
She's a playlist
martes, abril 12, 2011
El día que un sandwich me venció
En la vida hay muchos sándwiches dignos de ser recordados: aquel baguette enorme de las ferias que se vende por metro como atracción, ese inolvidable sándwich de triangulito fiestero que nos comimos con agrado junto a los pequeños volovanes en una fiesta infantil y aquel sándwich que nos robó el recreo tratando de quitar la servilleta pegada por la humedad y la mayonesa.
Todos esos emparedados tendrán siempre un lugar en nuestro corazón y en nuestros estómagos, pero en todos mis años de comer sándwiches nunca me hubiera podido imaginar lo que me esperaba en la séptima avenida sobre la esquina de la 54 y la 55.
Aquel monstruo de carnes frías que se erigía orgulloso y dominante a lo largo de dos platos era nada más y nada menos que el orgullo de la casa; El Carnegie deli es uno de esos clásicos de la gastronomía neoyorquina que se caracterizan por rescatar lo típico en una ciudad atípica, lo local en la capital de lo internacional.
El Carnegie Deli es un restaurante de sándwiches con una selección modesta pero bien ensayada, uno de esos pequeños lugares con todo el romanticismo de la isla de Manhattan, clásico como una alcantarilla humeante o una canción de Sinatra. Si bien existen algunas sucursales alrededor de los Estados Unidos, nada como ir al original.
Con su animado comedor y sus ambientes que recogen lo mejor de los años cincuenta el Deli es una visita obligada para aquellos que buscan descubrir esos rinconcitos que son típicos de los verdaderos neoyorquinos. Sentarse en sus butacas de madera es adoptar la nacionalidad neoyorquina por un momento.
La calidad de la comida solo rivaliza con el tamaño de las porciones y la calidad de los ingredientes que son caseros y hechos en el restaurante que incluso los vende a granel, la mole de pepinillos y pan tostado se resistió a las primeras mordidas y después de una incesante carrera por comerlo todo decidí que debía dejar de morder y reconocer mi derrota ante un digno enemigo de delicioso sabor. Después recapacite y me lo lleve al hotel donde nos vimos las caras durante la cena y el desayuno siguiente, no me cuesta ningún trabajo reconocer que en ningún momento me arrepentí de tan ardua prueba.
Se que puede parecer clasista mi recomendación, pero si algún día tienen la oportunidad de visitar la isla de Manhattan no se pierdan el lugar con un sándwich que seguramente se ganará un lugarcito en sus corazones (como lo marca su logotipo) y un enorme lugar en sus vientres.
miércoles, marzo 30, 2011
EL chilango más chilango
Unos pensamientos aleatorios acerca del vivie en la gran capital, del supuesto 278 Enjoy!
Hace no más de tres años y medio que llegué a la Ciudad de México, mis padres me pusieron en una oscura madriguera en la calle de Colima y, sin más que algo de despensa, algunos efectos personales y su bendición me entregaron a las garras de la orbe.
Pude escoger Querétaro, Puebla, Guadalajara e incluso Monterrey (en ese entonces las balaceras no eran el pan regio de cada día) para estudiar mi licenciatura, pero había algo en la Ciudad de la Esperanza que me daba justo eso: esperanza.
Cuando vives tu infancia en provincia la televisión nacional se encarga de recordarte que lo bueno, lo interesante, está en la capital: con frecuencia se anunciaban ciclos de cine en la Cineteca, exposiciones en el Papalote o viernes de autosardina en Six Flags a los que no podrías ir por vivir lejos.
Al crecer caes en la cuenta si le vas al América o al Azul sólo los podrás ver cuando jueguen con el muy mediocre club de tu pueblo, que Muse, Placebo, Phoenix, o Radiohead jamás harán un show en el auditorio municipal y que si los quieres ver vas a tener que estar en la Ciudad de México. Vaya, ves tantos comerciales que hasta a la gran venta de Perisur te dan ganas de ir.
Aquéllos que no hayan tenido que vivir en el exilio de su terruño no comprenderán lo emocionado que estaba al llegar aquí, todo, absolutamente todo era nuevo y fascinante, aquéllo que los nativos de alguna de las 16 delegaciones consideran vago y chato para mí era increíble y emocionante: El Metro con sus vagones naranjas repletos de gente como sardinas no me parecía una tortura insufrible e inhumana, más bien era para mí la oportunidad de conocer la ciudad y hacerme de una biblioteca de canciones nuevas por la módica suma de diez pesos.
El Periférico y sus majestuosos seis carriles representaron para mi manejar cual si estuviera corriendo en el gran premio de Malasia ¡tan largo y sin semáforos!, incluso con el insoportable transito de las horas pico ver tantos automóviles juntos me presentaba una ventana para imaginar en que estarían pensando ensimismados en sus asientos aquellos conductores.
La Condesa y su desfile de encantadoras hipsters en entallados leggins era un auténtico respiro a los cuatro o cinco bares de Pachuca cuyo ciclo consistía en estar de moda, decaer y finalmente cambiar de nombre para volver a estar de moda una y otra vez.
Nunca falta el amigo o familiar que te recuerde la percepción de la Ciudad en otros estados: que vives en una ciudad peligrosísima, donde los asaltos, robos y secuestros son algo habitual, que si sales de noche estás con un pie en la tumba, que si estacionas el coche mal los siniestros agentes de tránsito te exprimirán hasta el último centavo y que en tu natal (inserte su pueblo aquí) es todo mucho más tranquilo.
Sin embargo con todo y que me asaltaron a punta de pistola en la lateral del Periférico, no me arrepiento de haber venido al Defectuoso.
No digo que aquella pequeña ciudad donde crecí, estudié y conocí a algunos de mis mejores amigos esté mal, sin duda Pachuca fue uno de los mejores lugares para ser niño y el vivir ahí marcó mi carácter y personalidad para siempre. Pero eso no quita que cuando regreso de algún merecido puente o de algunas anheladas vacaciones decida tomar la ruta más larga a mi casa con tal de pasar frente al Ángel de la Independencia y sentir que el mundo gira bajo mis pies.
Finalmente, y contrario a muchos que nacieron aquí, puedo decir con mucho orgullo que yo soy el chilango más chilango.