martes, abril 29, 2008

Cuervo

No suele verse claramente . . .


Es un día de octubre como cualquier otro. La tarde se extiende coloreando todo con una gama fría que evoca más bien a la nostalgia del sol que se posa descentrado a las once de la mañana de algún día de verano.


En la pequeña mesa del café la mesera oriental deposita dos tasas, seguramente café, pero no alcanzo a ver lo que se ha servido para la contemplación. conservo la mirada, su anticuado saco de dril esta algo arrugado y su cabello engominado se resiste a ordenarse a comparación del  cabello castaño y largo de su acompañante.


La mesera se detiene en mi mesa y me hace la misma pregunta que lleva haciendo toda la tarde. “León y un vaso” parecen salir de mi boca sin pesarlo mucho; la noche parece iniciar y morir al salir de la puerta de aquel bar.


No puedo ver su rostro, pero la tela de su vestido parece predecir pómulos levantados y cejas delgadas, sus manos no tiemblan esta noche.  Al parecer se entienden bien; es fluido lo que hablan, pero la música del lugar me impide oír las palabras.


Kirkegaard bajo mis ojos desenvuelve su novela con la pulcritud habitual de un escandinavo, las hojas se manchan de la ceniza del cigarro de mi acompañante quien por el breve momento de mi intrusión a la vida ajena pasa a ocupar un segundo plano; No es que no me importe, pero hay algo en aquella pareja que me intriga momentáneamente.


Se ríen mutuamente, sus manos no buscan las de ella, de pronto la besa de una manera tierna. De nuevo no puedo ver su rostro, pero me parece que ha cerrado los ojos al ser besada. Contesto alguna tontería a lo que mi interlocutor pregunta, me lleno de ideas.


A veces ocurre que las palabras son las primeras en besarse, cuando las ideas hacen un contacto anterior y se tejen en una especie de nube sobre los que conversan. Cuando la intención no es lograr contacto físico, sin embargo, es el paso que sigue cuando lo que se dice llega primero y acaricia al otro; no queda nada más cuando las palabras son honestas y han puesto el ejemplo.


La música ha cambiado y con ella también la atmósfera de la noche, nada queda ya que mirar, pues nunca fue una intención curiosa; quizás lo único que requerían era la conciencia de un testigo, un espectador distante que validara el paso siguiente después del encuentro de las ideas. La mesera, algo japonesa, se vuelve a aparecer con lo que le pedí antes; “en que estábamos” es lo primero que pregunto a mi acompañante. La distracción pudo haber durado siglos, pero esta vez solo fueron los últimos veinte segundos de una canción anticuada de indie. 


Quizás eso es lo que me hace falta, veinte segundos de una canción y una nube de palabras que lleguen a su destino, el cual ambos desconozcamos.


Efraín Ríos

3 comentarios:

Marina dijo...

efra: qué gusto me dio leer post nvos.

MimaM dijo...

Hola Efra! Gracias por el comentario y por el link. Ojalá sigas leyendo.

Saludos.

Anónimo dijo...

Hola. Hace mucho que no leía tu blog, no pensé que hubieras escrito tanto, además tu sabes que mayo fue un mes muy ocupado... lindo relato, me recuerda mucho el tipo de narrativa de Xavier Velasco, espero que hayas acabado de leer Diablo Guardián, sino te recomiendo que lo hagas en estas vacaciones. Cuídate mucho.