sábado, junio 14, 2014

Los Villamelones

Afrutados comentarios …

Cuando chico no me importaban mucho los deportes, en parte por que era uno de esos niños gordos que siempre eligen al ultimo para jugar lo que sea, en parte por que era una criaturita odiosa que creía que el fútbol y sus derivados eran “para las masas” (si pudiera volver en el tiempo seguramente me daría un puntapié entre las piernas)

No me voy a calificar de un erudito en el tema del balón, sin duda llegue muy tarde al mundo del fútbol, se me escapan muchos nombres, estadísticas y partidos. Como ya lo mencioné anteriormente yo era un odioso escuincle que creía que el fútbol era tonto y para los borregos. Con los años empecé a disfrutarlo, era como si durante años me hubiese estado negando algo maravilloso. Así comencé a disfrutarlo y a recuperar de todo lo que me perdí, recuerdo aquellas finales del América con cariño, los gritos que pegamos en el estadio, el coraje de aquella final que se perdió contra Pachuca y el abrazo que nos dimos mi papá y yo cuando Layún sentenció al Cruz Azul a un año más sin ser campeón.

Es simple, La vida esta llena de cosas muy muy serias y para mí preocuparse 90 minutos por un marcador es un descanso de preocuparse 24 horas al día por seguir respirando. Por eso las cosas del balón son meramente insignificantes, pero a la vez sumamente serias. Esta imperiosa seriedad es lo que hace odiosos a los villamelones.

Esos que se sólo se aparecen cuando un equipo llega a la liguilla, aficionados de ocasión que repiten lo que oyeron decir en un programa de análisis, que no saben que en España existen más de dos equipos y que nos quieren robar, de la manera más descarada el sabor de los triunfos de nuestro equipo. Y es que no hay nada más odioso que el que se mete a la foto sin haber hecho nada, y esos son los villamelones, los que esconden la cabeza cuando el equipo pierde, los que cambian de camiseta por que la otra esta más colorida.

Temporadas de esperar, de sufrir, de aguantar, de técnicos despedidos, de contrataciones millonarias que al final decepcionan, de apuestas pagadas, de ridículos pasados, de aguantar sobrenombres y burlas de los compañeros de escuela y trabajo, de mundiales, copas confederaciones y torneos internacionales, de aprenderse datos y estadísticas.  Todo esperando ese sublime instante en que el central decide pitar el final del tiempo de compensación de la final y nuestro equipo va arriba en los cartones.  

Ese silbatazo marca la recompensa de nuestros desvelos y enojos, resulta evidente que no queremos compartir con cualquier pelele nuestra gloria, no se vale que cualquier fantoche que se acaba de comprar un jersey en la venta nocturna de Liverpool nos arrebate nuestro desagravio. Para ponerlo en perspectiva, resulta tan odioso como que le pidan matrimonio a la hermana de la novia en medio de la recepción; le estarían robando su noche.

Y es que esto es cosa sería ¿a que le puede ser fiel un hombre si no es capaz de serle fiel ni siquiera a la cosa más insignificante del mundo como lo es un equipo de fútbol? No se vale que cualquiera se suba al tren de la gloria sin pagar boleto. Todo apunta a que el villamelonismo es un mal que contagian los padres, el hombre en estado natural seguramente nace con equipo y le es fiel.

Un padre villamelón resultará siempre una figura masculina deficiente, este fantoche enseñará a sus hijos que la falta de compromiso, de carácter y de decisión son características comunes entre el género humano y que esta bien andar por la vida de cambiacamisetas arribista, sus hijos seguramente no aprenderán el delicado código de reglas que sólo un padre puede transmitir como el de no hablar en los mingitorios, una madre villamelona es sin duda una madre incompleta, ¿de que sirve pues darle pecho a un hijo si en ese pecho no late firme el escudo de un club?

Hay sin duda villamelones circunstanciales que no tienen la culpa de su condición, los niños muy pequeños que aún no entienden del juego del hombre, y las novias que sin interés por el fútbol tienen que adoptar el equipo de la pareja en turno, pero también los hay odiosos, los que inician su discurso con “¿como crees? yo siempre le he ido al”

Para estas personas la expresión “le voy” no tiene ningún sentido, el “irle” es algo más que ver los partidos, uno puede irle a un equipo de tierras lejanas, irle a un equipo que no hace más que perder, irle a un club sin siquiera tener su camiseta. No es la mercadería la que hace al hincha, es el hincha el que le da sentido a la camiseta.

Irle es probablemente una condición metafísica del ser: No le va más el que todo lo sabe de su equipo y recuerda las alineaciones de antes de que nacieran sus abuelos, uno le va o no le va y punto, uno no se cuestiona el “irle” uno sabe a quien le va y si le va.

El mundial es temporada de villamelones, así es que si encuentran uno no lo vean como plaga, al contrario oh hermanos míos, brindadle la otra mejilla y el calor de vuestro corazón, ayudadles a encontrar la luz del equipo.

El avión esta apunto de tocar la tierra, por eso, y antes de ver una vez más el suelo que me vio nacer y donde juega su Majestad el América les pregunto:


Y ustedes ¿a quien le van?

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