lunes, febrero 09, 2009

Brigitte

La cuarta entrega de esta breve serie es también la última; este fue el último cuento que escribí el año pasado y lo escribí pensando en el interés que le tengo a la vida en parís durante el final del s.XIX y el principio del s.XX.

La historia de Maladroit es la única a la cual quizás le escriba una segunda parte. Debo admitir que el mismo personaje que yo creé me intriga bastante; sus orígenes, sus modos y su figura son algo aún por imaginar.

Estoy seguro que la inspiración que me llevo a imaginar a Maladroit sigue vigente. Al menos lo suficiente para llevarme a descubrir quien es y de donde viene. 

Sin más, el fin de la serie.

Brigitte

Los guantes blancos con el encaje de flores se tienden sobre la mesita de noche. el miriñaque de la falda esta ajustado y se ciñe perfectamente al talle de avispa que caracteriza a Brigitte Maladroit, finísima señorita de una oscurísima reputación.


Y no es que en estos modernos tiempos de 1890 se haya perdido la decencia y con ella haya desaparecido la buena moral, ni mucho menos que a tan fina señorita le falte alguna de estas cualidades. No, la oscuridad de su reputación obedece a la galante forma de relacionarse con los caballeros, (Galante, siempre en referencia a los tímido  y recatado de su trato).


Maladroit se prepara para una noche de estreno en París. Las nuevas operas siempre congregan a las más delicadas señoritas casaderas de toda la île de France. Hoy por la noche se estrena El último trabajo de Claude Debussy, obra muy esperada por toda señorita en edad de desposarse, nunca por el contenido dramático, sino por el elenco que la protagoniza y los caballeros de noble y acomodada posición que vendrán a presenciarla.


Esta noche, como en todas las de estreno, el brazo de la Fille Maladroit se ve entrelazado con el de algún nuevo rico parisino. La sociedad jamás cataloga a Maladroid como una libertina, más bien, como una señorita sin suerte a la que los caballeros y la fortuna nunca encuentran dispuesta ni al mismo tiempo.


Los encantos de Brigitte Maladroit son innegables pero siempre ocultos. No debajo del impecable pudor de su escote, sino por el velo de su nerviosa plática; sanguínea, interesante y a su vez lacerante de maneras insospechadas a los oídos de los caballeros de sociedad.


Su madre insiste que L’enfant Terrible de la maison Maladroit debe desposarse pronto, pero a Brigitte poco le importa. Ella maneja sus redes con la astucia del mejor pescador de Marsella. Y es aquí donde se revela lo oscuro de su trato y reputación.


Ella navega el canal de la mancha sin bandera naval propia de un acorazado, sus cañones guardados detrás de las troneras enmascaradas. Hasta el más astuto Nelson podría confundir la fragata con un simple mercante. Pero armada hasta los dientes transforma su encaje en ganchos, las caricias en cuerdas y los recuerdos en púas.


Los más distinguidos caballeros se transforman en cenizas por la farsa que lleva a termino en todas sus conquistas, el mando pasa sutilmente a sus manos, las chisteras y los relojes de cadena se vuelven simples envolturas de cadáveres. Ahí es cuando Brigitte se voltea a contemplar a su presa y le recuerda que su caída no ha tenido más culpable que él mismo. Le recuerda que de la maison Maladroit solo puede salir olor a rosas y aceite bendito, que ella seguirá siendo la inocente señorita tímida, modosa delicada y brillante.


Es ella en verdad un conflicto andante; Eterna pelea entre la sonrisa tímida de socialité parisina y las manos de legionaria senegalesa que mata a placer, oscura como el color de la raza africana.


El poder nada importa ya, pues pasajero o jinete, todos sus amantes quedan en el la vereda implorando al cielo que pase otra diligencia por su camino. Los humillados ya nada pueden decir; las burlas y la presión resultarían insoportables.


La miro pasar por el mezzanine del teatro y a la vez advierto al pretendiente de moda prendido de su brazo. Nada me gustaría más que advertirle de su suerte, decirle que debajo del parasol que ocupa en el parque no solo esta su sonrisa de niña y su curiosidad por aprender nuevas cosas. Que debajo de la sombrilla Maladroit lo sabe todo, ella siempre tendrá el dominio y su condición siempre le permitirá tirar a cualquiera como pomo de botica al terminarse la cura.

Frente del mostrador las señoras de sociedad se comentan tras de los abanicos los buenos deseos para que esta vez Maladroit pueda encontrar al amor de su vida. Yo lo único que deseo es que su apetito quede saciado pronto


Ahora, convertido en un simple vendedor, carezco de la clase social para criticar a tan fina dama, pero alguna vez vivi para ver en su rostro una sonrisa y dediqué el simple acto de respirar a su existencia.


La función comienza ya, el mostrador que tengo enfrente se vacía y la afortunada víctima se llena de orgullo mientras camina a su palco, pues cree que el la podrá enseñar a amar. La luz se apaga y la perversidad en la mirada del caballero crece, pero nunca a los niveles que en la mente de Maladroit se registran.


Pero ella, como ya fue mencionado, nunca será más que una señorita tímida, y yo jamás pasare de ser un caballero venido a menos que, por amor, perdió sus propiedades y fortuna. Así estoy condenado a vender bolsitas con nueces en los estrenos y recibir como pago el desprecio de la altiva sociedad parisina.



Efra Ríos


1 comentario:

Anónimo dijo...

Peque: Este último también me gustó mucho, pero de todos prefiero el de GB. Me gusta leer tus cuentos antes de que los pases a Angie. Espero que pronto haya uno nuevo, mientras voy a intentar adivinar en que país será. Nos vemos pronto.